EL MAROJAL .CESAR SILGADO

El marojal de la sierra de Aragoncillo



     Las relaciones entre el hombre y la naturaleza han consistido en un equilibrio en el que ambos se han entregado lo que el otro necesitaba. Este artículo pretende mostrar ciertos aspectos del marojal de la Sierra de Aragoncillo, un enclave natural de gran valor ya que son pocos los bosques de marojo que se encuentran en buen estado de conservación en la Península.

El marojo



     En Aragoncillo contamos con dos bosques de calidad, el sabinar (que ocupa los lugares de ambiente más frío y seco) y el marojal (que prefiere la humedad de las umbrías), además de la peculiaridad del monte reforestado con pinos, del cual prefiero no hablar. Se trata de dos entornos muy diferentes. En esta ocasión, os propongo adentrarnos en el bosque de marojos, el más desprotegido por las normativas y, como ya veremos más adelante, el de un equilibrio más frágil.
     No me cabe la menor duda de que hemos sido muy injustos con el marojo, tal es así, que muchos de los vecinos del pueblo desconocen su valor, sus dimensiones, su riqueza, la fauna de su bosque. Este árbol, que por los entornos así se le denomina, es conocido en otros lugares como rebollo, melojo, roble negro, curco villano, tocío o tozo. En todos los casos se refiere al llamado Quercus Pyrenaica. Los nombres de marojo y melojo, registrados en distintas zonas de Guadalajara, parecen derivar del término latino mollifolium.
     Aún tratándose de un tipo de roble no demasiado grande, su altura puede alcanzar los 25 metros de alto, aunque creo que en nuestra sierra tendremos que buscar con ahínco para encontrar ejemplares que tengan la edad suficiente para siquiera acercarse a esta talla. Si nos fijamos en su corteza la describiríamos como grisáceo-pardusca, gruesa y agrietada. El tronco es recto y derecho con abundante ramificación. Sus inconfundibles hojas son ovaladas, miden entre 8 y 14 centímetros y están perfiladas por lóbulos, verdes en el haz y de un blanco aterciopelado en el envés.
     Desde la antigüedad se le encontró a la corteza y a la madera de este árbol propiedades astringentes, aunque en verdad hoy día raro es que nadie aconseje su aplicación.
     Su hábitat es el oeste y suroeste de Francia, la Cordillera Cantábrica (donde se encuentran los bosques más extensos), la mitad norte penínsular y sistemas montañosos locales de la mitad sur, excluyendo toda la zona levantina, y zonas montañosas de Marruecos.
     Su floración se da de febrero a mayo y nos ofrece sus bellotas entre los meses de octubre y noviembre.
     Prefiere un ambiente de humedad otoñal e invernal, por lo que los ejemplares de mayor tamaño y más saludables se encuentran en las umbrías y lugares donde corre el agua. Espacios que en nuestra sierra se encuentran junto a las fuentes y todas las laderas norte. En estos lugares, ya que es una especie que brota de la cepa, puede llegar a formar grandes masas impenetrables, si no han sido tratados como bosques adehesados.

El bosque



     El marojo forma bosques de bastante extensión, sobre suelos silíceos, raramente calizos, principalmente en clima de carácter subatlántico o ibérico continental. Para entendernos podemos denominar Quercus a todos los árboles que dan bellotas, y este emparejamiento con especies de cualidades similares, le ha llevado a ser, en muchas ocasiones, el sustituto del encinar cuando el terreno cobra altura (400-1600 metros)
     No es fácil encontrar bosques de marojos bien conservados en latitudes tan meridionales como la de Aragoncillo. Lo cierto es que el forastero puede extrañarse de encontrar marojos en lugar de pinos, y su sorpresa convertirse en asombro al descubrir la belleza de este bosque. En cualquier época del año en la que se visite es un placer perderse por sus caminos y disfrutar del frondoso verdor nuevo de la primavera, el más oscuro verde y fresco del verano, el dorado del otoño, que alfombra el monte y lo enriquece y el frío y pelado ramaje del invierno, descubierto inevitablemente por el frío.
     El marojo era, en otros tiempos, relativamente abundante en los entornos que, gracias a su abundante pluviometría y la peculiar litología, se le hacían acogedor. Actualmente la extensión que ocupan ha quedado muy reducida, debido principalmente a que estos bosques han sido sustituidos por plantaciones de pinos. La degradación del marojal permite la entrada de encinas, jaras, brezos, e incluso de quejigos, árboles entre el roble y la encina que alcanzan los 20 metros y que se adapta al duro clima de media montaña. En cualquier caso, la escasez da a estos bosques un valor muy especial, pues son testigo del estado antiguo de la cubierta vegetal, hoy refugiados en las zonas más favorables y menos trastornadas por el hombre.
     También se encuentra una vegetación original en el bosque de marojos, una vegetación eurosiberiana que se refugia en su ambiente umbrío y húmedo. Allí  pueden llegar a darse plantas tan curiosas como las delicadas hepáticas, prímulas y fresas silvestres. La fauna que se alimenta a partir de toda esta vegetación es variada y no es raro encontrar jabalíes, zorros, conejos, ardillas, lirones, erizos, comadrejas, buitres, mochuelos, codornices, lagartos, culebras o las temida y contadas víbora, por citar algunos.
     Siempre se ha dicho que un pueblo es rico por sus bosques, destacando el valor económico que desarrollan estas superficies para el progreso de las zonas rurales y los municipios que viven en contacto con la naturaleza. La explotación de este bosque en las últimas décadas ha venido derivada por la necesidad de la elevada carga de combustible que posee su madera. Así, las costumbres de poda y tala que se desarrollaban en el pasado han deteriorado algunas zonas, principalmente en las laderas sur, que son las que vemos desde el pueblo, donde el árbol encuentra más sequedad en un terreno sin sombras y tarda mucho más tiempo en reponerse.
     Hoy día, el marojal de la sierra de Aragoncillo tiene una extensión considerable, formando un pasillo que comienza en Anquela del Ducado y, aprovechando el cauce del mesa, llega, con zonas mejor conservadas que otras, hasta Canales. De ahí parte un bosque que alterna buenos pinares con marojales hasta Molina de Aragón.

Estado actual



     Sin embargo, los marojales han sido bosques poco protegidos por la legislación. Por ello, el estado de conservación es en general bastante pobre, presentando a menudo una estructura de monte bajo. No es noticia recordar que nuestros bosques son constantemente víctimas de accidentes, incendios, malas gestiones, sobreexplotación... Es alentador saber que la Comunidad de Castilla-La Mancha ha solicitado que la Sierra de Aragoncillo forme parte de la Red Natura 2000, futura red de espacios naturales protegidos por la Unión Europea. El Código Natura es el ES4240017, e incluye casi 50.000 hectáreas, desde las parameras de Maranchón, las hoces del Mesa y Aragoncillo. Bien es verdad que las directrices actuales de la UE confieren a la población local un papel estratégico en la tarea de la conservación de los bosques, permitiéndose un uso controlado compatible con la conservación del espacio natural.
     Pero sin echar las campanas al vuelo, y a pesar de los Planes de Conservación de la Naturaleza que la Comunidad ha puesto en marcha los últimos años los bosques no se regeneran en poco tiempo. Tal es así que aún podemos ver algunos ejemplos de deterioro evidente en los alrededores de Aragoncillo. No hay que ir muy lejos para ver, camino del depósito viejo o en las laderas que acompañan la ascensión al Cerro, el monte bajo, habitado por jaras y pequeñas cepas de árboles que tratan de crear su espacio.
     Sólo un poco más allá se recuperan algunos marojos ya de un tamaño razonable, extendiéndose a duras penas por algunos terrenos que en otros tiempos fueron bosque. Es cierto que cuando se siguen varios años de lluvias en la época fría, los árboles están más sanos. Así ha ocurrido esta temporada, de modo que estos días, si se mira el bosque, se hace con ojos optimistas, descubriéndole más frondoso que otros años, tupido, atrevido y conquistador de montes baldíos. Sería importante para el pueblo que el bosque recuperara parte de estos terrenos, y que el bosque bajo adquiriera la altura que tuvo en otras épocas. Cuando esto ocurre se evita la erosión, se dispone de madera por parte de los vecinos, se enriquece la tierra, el mismo papel que este árbol cumple en las dehesas. No hace falta recordar que el marojo es un árbol que, como la encina, forma parte de magníficas dehesas para pasto.
     Otros casos que descubrí no hace demasiado son las cicatrices que le quedaron al Cerro de la Señorita en los terrenos que antaño fueron dedicados a huertos. Se encuentran cerca de la fuente de la Praulaisa y tal es su ubicación que si no vas a buscarles es probable que no los veas. El caso es que aquí se despojó a la tierra de los cepellones de los que crece el marojo. Debido a que se encuentran carentes de sombras en la cara sur del Cerro, donde el sol convierte a estos terrenos en secas y duras tierras que sólo las jaras son capaces de habitar, no crecen nuevos árboles. Las dimensiones de estos huertos no fueron pequeñas, pues varias hectáreas ocupaban. ¿Qué dejadez nos ha llevado a no repoblar estas cicatrices en el monte, heridas que fueron hechas en otros tiempos, cuando el hombre necesitó echar mano de él? Desgraciadamente no es éste el único ejemplo que podemos encontrar.

Conclusiones



     No me considero el más indicado para hacer ninguna propuesta de gestión del monte y del bosque. Sólo he pretendido dar a conocer algunos aspectos de este árbol y del bosque que forma. Sin embargo, en tantas ocasiones no puedo evitar soñar con encontrar en la sierra erguidos y orgullosos troncos centenarios, e imagino cómo sería el paisaje si el bosque bajo se hiciese alto. También la lógica me habla, y si son pocas las dehesas de que disponemos, nuevos árboles las protegerían de la erosión y las enriquecerían. Sin hablar de un sistema eficaz de podas y limpias selectivas que provocase una regeneración magnífica. En cualquier caso, estas últimas líneas corresponden a las palabras de un soñador, y se aproximan más a una consulta técnica que a una exposición genérica.
     El monte y el bosque van íntimamente unidos, está en nuestras manos que mantengan un sistema armónico. ¿Cómo fueron los bosques y cómo son hoy? A sus riquezas hay que sumar otras que no son menos importantes. No hay nada que objetar a la belleza de un bosque de árboles viejos y sanos. En nuestras manos está que algún día volvamos a tenerlos.
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                                                                                                   Aragoncillo,    agosto  de 2003

César Silgado